
Los perros duros no bailan, Arturo Pérez-Reverte: no dejó cicatriz, libros para posponer el fin del mundo
156 páginas
Aruro Pérez-Reverte es uno de los escritores que más me gustan, principalmente por dos títulos que, para mí, son dos obras maestras de dos géneros completamente diferentes: El húsar y La sombra del águila. Pero también disfruté mucho de «Good Men». Además, me gusta el hombre (en más de un sentido) y los valores por los que lucha y el modo en que, a través de él, vemos valorada la literatura. Por todo esto y algunas razones más, siempre me acerco con gran expectación a uno de sus libros, sobre todo porque Pérez-Reverte es un escritor de enorme versatilidad.
Entonces, me pareció gracioso que hubiera dos libros en las vitrinas que hacían referencia a la raza de perro, The Bitch, mi lectura más reciente, y este Bad Dogs Don’t Dance. Compré ambos y los leí inmediatamente. Ya escribí sobre el libro de Pilar Quintana, faltaba este.
Empecemos por el título, la frase del título señala dos pistas de lectura: que hay perros malos, que no bailan, es decir, no son dados a la seda. En cuanto a estas suposiciones, el libro no decepciona. Los personajes del texto son todos perros… y perras, están organizados de la misma manera que los perros, llevan una memoria biológica que los lleva a buscar un dueño y permanecer apegados a él… siempre y cuando este les asegure alimento al menos. El punto de vista adoptado es el de los perros, es del mundo animal que surge la historia, en parte condicionada por la proximidad con los humanos.
En su elogio del pescado, Antonio Vieira destacó el hecho de que una de las virtudes del pescado es el hecho de que no pueden ser domesticados, a diferencia de muchos otros animales. Sin duda, en el otro extremo están los perros, cuya mala suerte surge de su proximidad a los hombres y de su lealtad tantas veces traicionada. La galería de personajes cumple dos funciones distintas: por un lado, revela el maltrato que sufren los perros a manos de los humanos, especialmente de aquellos que los explotan para obtener el beneficio fruto de barbaries como las peleas de perros, y la arena no puede ser más cruel: allí se mata o allí se muere, sólo muy raramente el destino es otro. Los perros son verdaderos gladiadores de los nuevos coliseos, viven alimentándose del lucro y del sadismo. Por otro lado, esta cosmovisión canina funciona como una alegoría de la sociedad actual, un fresco amargo de lo que nos conmueve y de cuáles son las heridas abiertas y sangrantes de nuestra sociedad.
No pude evitar pensar en Espartaco, el gladiador, mientras leía el libro. Creo que él es un poco la inspiración subyacente al libro: el campeón de la arena que, a través de la amistad, subvierte las reglas del juego, que une fuerzas con su adversario, rompiendo el yugo y viviendo hasta la última chispa los sorbos de una libertad condenada pero embriagadora, con un precio incluido, pero por alto que sea, vale la pena pagarlo.
Pero hay un matiz de decepción aquí: no hay nada realmente inesperado en este libro. Es un texto comprometido, bien intencionado, muy bien intencionado y que cumple honestamente lo que se propone. pero no me asombró, no, y estoy en una edad en la que necesito que me asombren, que me conmuevan, puede ser incluso de forma estremecedora y brutal, siempre que después del libro quede una especie de cicatriz. En este caso hubo un rasguño, pero eso pasará. Aún así, pruébalo y vuelve y dime si me perdí algún detalle.